No guardar

Según datos del Instituto Nacional de Causas Pedidas, de la Secretaría de Asuntos Intrascendentes, noventa y nueve de cada cien usuarios de computadoras alguna vez en su vida ha dado clic a “No guardar” cuando Word pregunta «¿Desea guardar los cambios efectuados en su documento?». El uno por ciento restante sólo usa la computadora para jugar solitario (el de las cartas o el de You Porn).

En la mayoría de los casos, justo después del clic, cuando te das cuenta de la monumental metida de pata, viene un lastimero grito de lamento, la patada al mueble más cercano y unas ganas tremendas de tomar tu computadora y estrellarla contra un muro (como si fuera culpa de las computadoras no volver preguntar: «¿Estás segura(o) grandísima(o) idiota de que quieres cerrar el documento que estuviste trabajando dos horas sin guardar lo que escribiste?»).

Pero no, cuando la riegas así, no queda más que resignarte, tomar una aspirina y trapear. Hace rato terminé de escribir para El Gráfico una de las columnas más cachondas que he redactado en mi vida. Relataba, con detalles extraordinariamente precisos uno de mis momentos más eróticos. Al escribirla, por mis dedos caminaban pedacitos del recuerdo de lo recién experimentado; de la piel tibia, del sexo intenso, de los besos a granel, del orgasmo fulminante. En cada teclazo, revivían las caricias dadas y recibidas, la penetración, la invasión. Era tan sensual el texto que, al terminarlo, no pude evitar separar las piernas, meter la mano bajo mi ropa y comenzar a tocarme.

El caso es que, después de aquello, cuando la computadora me preguntó si guardaba el documento trabajado respondí dándole clic al no. Me di de topes, casi lloro, pero respiré profundo y con el ánimo abollado, comencé a escribir de nuevo. Espero que salga al menos presentable…

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