ESTOY SALIENDO DE GIRA: 30 DE NOVIEMBRE EN TOLUCA, 1 DE DICIEMBRE EN QUERÉTARO, 2 Y 3 EN MONTERREY Y 8 Y 9 EN GUADALAJARA.
David había sido un buen amigo y mi eterno enamorado desde que comencé la licenciatura. El asunto era tan normal como en cualquier relación donde un chavito se enamora de su amiga. Se portaba lindo, me veía con ojos de borreguito pacheco y cuidaba de mí. Yo ni siquiera tenía que darme por enterada de sus suspiros, pues no se animaba ni a decirme que le gustaba. Una cómoda relación de esas en las que sabes que te traes de nalgas a alguien, pero no deja de ser un enculamiento inofensivo.
Todo iba bien, claro, hasta que la dadivosa de Lulú tuvo la ocurrencia de prestarle las posaderas a su enamorado. A la señorita le pareció buena idea regalarle a su amigo el maravilloso recuerdo de haber ponchado con ella, después de todo sólo era sexo, un palito más no iba a empobrecerme y sin duda a él le parecería maravilloso y lo recordaría más tarde como Kevin Arnold a su Winnie Cooper ¡Caramba! Si tanto lo estimaba ¿Qué no podía regalarle un suetercito como cualquier amiga normal?
El asunto es que se ilusionó. Quedamos que sería un asunto de clavar sin clavarnos, que disfrutaríamos del momento y hasta ahí, sin compromisos ni loqueras. En principio lo llevó bien, aunque me llamaba más seguido y trataba de hacerme preguntas que yo no contestaría. De pronto lo vi venir. Iba caminando derechito a declararme su amor. A mí la neta es que declaraciones, ni las de hacienda. No estoy en el momento de mi vida en que busque principes azules ni felices para siempre, ni siquiera noviecitos para hacer planes de vida ni de fines de semana. Hoy me concentro en mis trabajos y en mi escuela, nada más.
Está bien, todos en cierto momento tenemos un amor platónico, uno que no se realiza y que queda en los renglones de lo que pudo haber sido. No a todos se nos da la suerte de convertirlo en realidad, al menos en la cama. Ciertamente debí pensarlo dos veces, pero tuve que decirle que no. Ni modo, es mejor eso a que se clave más y, de cualquier modo, terminemos mandándonos al cuerno y más lastimados. Ojalá él hubiera sabido aceptar el regalo de sexo sin compromiso que le ofrecía o yo tenido la prudencia de no andar de generosa. El caso es que ahora habrá que curar heridas y esperar que podamos seguir siendo amigos.
En cualquier caso, cuando estas con alguien que no conoces, pero pagó por hacerte el amor, no tienes más remedio que tomar las cosas con optimismo. Tragas saliva, le restas importancia a todo lo que te han enseñado y te convences de que el sexo es sólo sexo. Con el tiempo y la experiencia vas haciendo concha. Buscas el modo de encontrarle lo agradable y atractivo a cada persona con quien compartes besos y caricias. Te dejas consentir y haces sentir al cliente que lo sabes atender, que te importa y que ha invertido bien su dinero. Un hombre que paga lo que cobramos las acompañantes «ejecutivas» merece ser tratado muy bien, coger rico y sin broncas. Hay que respetar el gasto que ha hecho.
Si logras que un cliente se vaya con una sonrisa, tal vez ganas de volver a verte y sin sentir que ha sido un dinero mal gastado, entonces has hecho un buen trabajo y entonces sí, el trabajo y la vida de una prostituta son color de rosa.
Quien piense eso tiene toda la razón. Obviamente, escribiendo una vez por semana escojo de entre todos los clientes que atiendo cada siete días a aquel o aquellos que me hayan dejado una mejor impresión, digamos que aún si atendiera uno por día, habría seis de los que no pondría nada en el periódico y sólo uno que sí, de modo que lo que se lee en mi columna no es sino un anecdotario digamos que «cotorrón», pero no una radiografía de los placeres y sufrires de una puta del Siglo XXI.
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