Sabrán, claro, que con más indiferencia que acción, pensábamos que era importante salvar al mundo del calentamiento global y de otra colección de calamidades que, ellos sabrán mejor que yo, pudimos o no hacerlo. Que, a pesar de tanta modernidad y revoluciones tecnológicas, seguía habiendo abusos contra las mujeres, los homosexuales, los indígenas, los pobres, los diferentes, los débiles. Que seguía habiendo poca gente con mucho y mucha gente con poco, que había familias muriendo de hambre en una parte del mundo y gente combatiendo el sobre peso y los estragos del colesterol en otra. También averiguarán que había gente que, pudiendo o no, trataba de que las cosas cambiaran. Que había política, mucha política todos los días, que era el pan nuestro o el carnaval de cada rato, claro, con uno grandotote y más festivo cada seis años, con muchos gallos y pocas crestas. Que había crisis y esperábamos pasarla, volver a la tranquilidad de esperar la siguiente crisis. Que había miedo, pistolas y muertos, que tratabas de no ver, pero que te metían hasta en la sopa. Que a pesar de todos los pesares, vivir valía la pena y sonreír era indispensable. Adoro la época en que me tocó vivir, me cae que no la cambiaría por ningún otra.