Lo merezco porque mis manos necesitan sentir la suavidad de tu piel después de la rudeza de mi silla de ruedas
Érase una vez un topo. Miope, como todos los topos. Torpe, como todos los topos. Soñador, como todos los topos. Una noche, buscando en el cielo escogió una estrella. La más hermosa y brillante. Naturalmente, se enamoró de ella ¿Qué puede hacer un topo enamorado de una estrella? Decían ¿Contemplarla? No, es miope, como todos los topos ¿Pedirle que vaya a vivir a su madriguera? No, las estrellas no caben en las madrigueras ¿Ir a vivir con ella al cielo? No, los topos no vuelan ¿Qué puede entonces hacer un topo enamorado de una estrella? Decían.
Amarla. Respondía el topo para sí, en silencio. Pensando en la estrella.
Amarla, pensaba, con eso basta. Y lo pensaba con fuerza.
Una noche la estrella preguntó a todos los que pudieran escucharla ¿Quién quiere estar una hora conmigo?
¡Yo! Gritaron unos. ¡Aquí! Gritaban otros ¡Conmigo! Decía la mayoría.
El topo sonrío, y comenzó a escribir un cuento.