Querido Diario:
(Tres sexy regalitos hasta abajo)
Su miembro se abrió camino entre mis muslos. Lo sentí resbalar dentro de mí y, colgada de sus hombros, vi cómo apretaba los dientes y hacía que su mandíbula saliera, casi angulosa y con la sombra lijosa de una barba cerrada. Pensé que iba a aullar, pero suspiró con los dientes cerrados, aspirando una efe, alargada y temblorosa, como si sufriera escalofríos, luego comenzó a mover la cadera.
Con todo y su erotismo, el sexo no deja de ser también gracioso. El placer nos obliga a hacer muecas, sonidos y ademanes que, de no ser por las sustancias que navegan por nuestro torrente sanguíneo y nos desquician el entendimiento, podrían parecernos de lo más ridículas. Él ponía carita de perrito en plena flama pasional. Para evitar reírme le di un beso y lo sentí metérmela hasta el fondo. ¡Ouch! ¡Qué rico!
Eran embestidas rítmicas, de afuera hacia adentro, en movimientos casi circulares, como los de las ruedas de una locomotora antigua. Se dejó caer sobre mí, apoyándose con los antebrazos para no aplastarme y me plantó un beso, después otro y otro más, hasta que parecía que estábamos comiéndonos las bocas. Todo sin dejar de moverse con temple, con cadencia, con erotismo. Riquísimo. Fue un cliente agradable. Bajito, muy moreno, delgado y de cara traviesa. Una delicia en la cama. Parecía un cachorrito bien portado, hasta a la hora en que le entraba la furia canina, con ese estilo más de apareamiento que de romance. De cualquier forma, un poco salvaje, pero eficaz. Me gustó. No pregunté, pero le calculo unos cuarenta y cinco años.
Naturalmente, después del sexo, vino la conversación postcoital, siempre buena para conocer un poco más al cliente y recuperar fuerza para volver a intentar el amor. No quiero pensar demasiado en el profe, pero no puedo evitar que algunos clientes me pregunten. Al día siguiente de que me lo propuso, le respondí que, aunque lo quiero mucho, no iría a vivir con él fuera del país. Francamente, supongo que no habría aceptado mudarme a vivir con él ni siquiera aquí mismo, en el Distrito Federal.
Él me preguntó. Quiero decir, el cliente. Después de hacerme el amor, preguntó si estaba segura de no querer ir a vivir a Nueva York. Le respondí obviedades. Que si el idioma, la familia, los amigos, mis proyectos. Lo cierto es que no se trata sólo de la ciudad. Las razones reales sólo las siento, ni siquiera yo las he puesto en palabras. Después de todo, cuando le dije al profe que prefería no acompañarlo no me pidió explicaciones. Seguimos con nuestro día como si fuera otro normal, desayunamos en su depa, fuimos a comer, después al cine y, a la hora de despedirnos, acordamos quedar como amigos, pero no vernos más mientras esté preparando su mudanza. No tendría caso.
Estábamos platicando cuando sentí de nuevo sus dedos sobre mi vientre. Era hora de la segunda vuelta. Cerré los ojos y lo dejé hacer. Siempre me ha parecido más erótico el sexo con luz tenue, además, cerrar los ojos me permite concentrarme mejor en las caricias, disfrutarlas. Le puse un nuevo preservativo y, atendiendo a lo que solicitaba, me volví a recostar boca arriba. Sentí sus besos recorrer mi abdomen, sus manos tomaron firmemente mis tobillos, los levantaron, me separó las piernas, puso mis corvas sobre sus hombros y sentí que su palo entró hasta el fondo. Comenzó a moverse hacia delante y después hacia atrás, otra vez con las muecas de perrito en apareamiento y los sonidos raros, cadenciosos, cachondos.
Me cogió así un rato, con acometidas persistentes y profundas, buscó mis senos y los besó con entusiasmo, colocó entre sus labios mis pezones y apretó suavemente. Sin parar, me volteó sobre la cama con y quedé de rodillas ofreciéndole mis nalgas, el las acarició, las separó, puso una almohada bajo mi vientre y volvió a tomarme.
Al cabo de un rato, se clavó con fuerza entre mis piernas y moviéndose con muchísima rapidez volvió a vaciarse en el condón. Aulló.
Nos estábamos despidiendo cuando se me quedó mirando a los ojos, como no pudiendo aguantarse las ganas de decirme algo. Le sonreí y supongo que eso le dio confianza.
-¿En verdad lo has pensado bien?- Preguntó. –Nueva York es el ombligo del mundo ¿Sabes todo lo que podrías hacer allá?
Sonreí y le di un beso para despedirme sin responder nada.
Podría intentar listar mis razones, pero no se trata de aburrir a nadie, simplemente no me siento suficientemente enamorada como para dar ese paso. Incluso dedicándome a lo que me dedico, eso de “vente a vivir conmigo, acá yo te mantengo”, está muy grueso. Si algo tengo claro, es que rento ratos, pero no me vendo.
Hasta el martes
Lulú Petite
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REGALO DOS: 002
REGALO TRES: 003
Querido Diario:
Supongo que soy exhibicionista. Me gusta esta sensación de sentirme observada, leída, que algunos me acepten y se calienten con mis relatos, que a otros probablemente los incomoden. Admito que en eso radica para mí el placer de escribir. La idea de ir construyendo en letras, imágenes más o menos fieles de lo que pasa en mi cama, bajo mi ropa, con mis amantes. Desnudarme no ante uno, sino ante cientos o miles; hacerlo frente a ti, que lees ahora estas palabras y sabes que la mujer de la foto que ilustra el texto que estás leyendo, soy yo. Que sepas que estoy al alcance de tu mano, a una llamada de distancia. Que eso que sucede con cualquiera cuando me besa, cuando me quita la ropa, cuando me separa los muslos y me la mete, puede suceder contigo o con cualquier otro.
Probablemente eres mi cliente y ya hemos hecho el amor o alguien que conoces lo ha hecho conmigo. También es posible que no, que no hayamos estado juntos antes y que, tal vez, nunca lo estemos en la vida real, pero me estás prestando tu tiempo y sabes que soy prostituta. Sabes que todos los días enciendo mi teléfono para esperar llamadas, quizá un día la tuya, para encontrarme con hombres en moteles, desnudarme frente a ellos, llevarme su sexo a los labios, besar sus bocas, hacerles el amor.
Sabes que en este preciso instante, mientras lees esta línea, puedo estar recibiendo la llamada del próximo cliente o manejando rumbo al motel donde me espera un hombre con ganas de sacarse las presiones del día con una espléndida terapia de besos, caricias y amor. Podría ser ¿Por qué no? Que estés leyendo esto justo en la habitación de un motel y yo esté en la recepción, anunciando que voy a pasar a tu cuarto para hacerte vivir un momento inolvidable. Para cogerte como mereces y tratarte como una novia tierna, cariñosa, pero sobre todo cachonda y con ganas de gozar con tu hombría.
Por eso a veces, cuando estoy con un cliente, pienso en ti. Sí, en ti apreciable lector. Debes saber que pienso en ti muy seguido. Imagino cómo serás y te pienso leyendo, trato de suponer con qué puedo hacerte reír y con qué puedo estimular tu imaginación, provocarte una erección o, ¿por qué no?, inspirarte una chaqueta. Por eso cuando digo que pienso en ti cuando estoy trabajando, quiero decir, que pienso en cómo voy a describirte lo que me está pasando, cómo voy a narrar las cosas que veo, lo que siento, las caricias, los besos, la penetración, el orgasmo.
Cuando un desconocido entra en mí y comienza a moverse, a veces me abrazo de él y pienso en cómo lo estoy gozando, lo sabroso que se siente, lo bien que lo hace y decido contarte cada detalle, compartirlo contigo y cubrir así mi dosis de exhibicionismo.
Desde ese momento comienzo a pensar, cómo ir convirtiendo en palabras las emociones, los calores, la lubricación, los fluidos. Cómo describir de una manera que no termine pareciendo repetitiva, lo que se siente cuando el cuerpo te regala un orgasmo: la taquicardia, la luz cegadora, la descarga de dopamina que te hace sentir un disparo de caricias deliciosas por cada vaso de tu torrente sanguíneo. Decirte cómo se me ponen coloradas las mejillas, y mis ojos se resisten a abrirse, de cómo aprieto la pelvis y voy perdiendo fuerza en el resto de mi cuerpo mientras libero un suspiro a veces sereno, otras convertido en grito.
He de admitir que me encanta pensar en lo que harás cuando me leas. Si estarás frente a otras personas y te ruborizarás porque se te antoja y no puedes demostrarlo, si estarás en pareja y te inspirará para intentar cosas nuevas, si te entrarán ganas y pensarás en llamarme o buscar a alguien más, una profesional, una amiga, una amante, una novia o a tu esposa, a alguien con quién sentir vivo tu cuerpo, listo para darse, sentir joven tu espíritu y delicioso tu orgasmo. También me encanta pensar que me lees y vas imaginado cada cosa, y cuando te cuento de los besos sientes que el sexo te palpita, y cuando hablo de la penetración, de los movimientos, del ritmo, comienzas a masturbarte. Que mientras me lees tocas tus genitales y te provocas un orgasmo, logrando que el placer que le trabajé a un cliente se multiplique en muchos, muchísimos más orgasmos.
Me encanta imaginar esto así, aunque no suceda, que mi exhibicionismo de escritorio, ponga muchos ojos sobre mí. Sentirme observada, leída, que algunos me acepten y se calienten con mis relatos, que a otros probablemente los incomoden. Me apasiona ir dejando en capítulos breves, esas provocaciones que nos hacen sentir deseo. Querer penetrar o ser penetrada, compartir besos, imaginar, darle rienda suelta a nuestros deseos y perdernos en ellos. Total, me cae que no es cierto eso de que salen pelos en las manos.
Hasta el jueves
Lulú Petite
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