Querido Diario:
-¿Te gusta mijita?- Preguntó de pronto Güicho mientras me hacía ver mi suerte con las delicias de su lengua entre mis piernas. Yo, tendida boca abajo, vulnerable, encantada, disfrutando. No respondí, pero volví a gemir todavía sintiendo el placer palpitando en mi vulva.
-Te voy a hacer gozar como se debe- Me advirtió poniéndose de pie. Tomó un condón del buró y se lo puso, zangoloteando la erección frente a mi cara, después volvió a agarrarme de la cintura, estando yo tumbada boca abajo, suelta y sin oponer resistencia, me levantó de nuevo varios centímetros de la cama y así, prácticamente cargándome boca abajo, con mis rodillas rosando las sábanas, mi cara contra el colchón y mis nalgas al aire, sostenidas por sus brazos rígidos y poderosos, apuntó su miembro y, levantándome hacia él, acomodó mi hendidura justo en la punta de su pene. Lo sentí recorrer la ranura entre mis muslos, hasta encontrar el camino para abrirse espacio y me la metió todita, jalándome hacia él. Fue delicioso.
El hombre literalmente me cargaba como si yo fuera una muñeca de trapo y, con sus brazotes, me jalaba hacia su cuerpo y me movía poniéndome unas clavadas que me hacían volar a la estratósfera. Como dice Buzz Lightyear: “Al infinito y más allá”.
De pronto cerré los ojos, clavé los dientes en la sábana, apreté la almohada con las manos y sentí cómo de entre mis piernas, reventaba un río creciente, inundando con su caricia cada arteria, cada vaso de mi torrente sanguíneo, cada fibra de mi sistema nervioso; cómo reventaba en mi nuca y explotaba en mi cerebro como un orgasmo bárbaro.
Yo había terminado, pero él no. Estás de acuerdo corazón que una no va al talón pensando que va a salirse nomás con su orgasmo. Si llega, chido, pero en este negocio la única venida que importa es la del que paga. Había que trabajar la de mi distinguido, amable y cariñoso cliente. Prácticamente sin sacármela ni permitir que me recuperara de mi euforia, me levantó más alto, hizo una pirueta para darme vuelta y así nomás, de un girón me puso de espaldas al colchón. Puso sus manotas bajo mis rodillas y colocando mis pantorrillas en sus hombros, me volvió a empalar.
Me miraba fijamente, eran unos ojos entre cínicos y lujuriosos que me hacían sentir nuevamente hervir la sangre. Me lo metió primero despacito, luego fue acelerando el movimiento, jadeando como una fiera, como un salvaje. Francamente el hombre era feo, él lo sabe y hasta bromea al respecto, pero su virilidad, su forma de coger eran tan abrumadoras que me tenían excitadísima.
Sin dejarse caer del todo, me fue presionando y doblando las piernas hasta que mis muslos se acercaron a mi pecho, en esa posición la penetración era espléndida, profunda, rica. El jadeo se incrementaba como el de un animal bravo, poseído. Vi mis piecitos moverse frente a mí al ritmo de las acometidas, de pronto, me la clavó profundamente, a topar y sentí en ese instante un segundo relámpago navegándome las venas. Un orgasmo traicionero que me hizo cerrar los ojos en el momento justo en que él también se vino, con unos espasmos brutales de su miembro que sentí palpitar en mi vagina y llenar el preservativo. Los dos gritamos como si en la selva de colchones fuéramos las únicas fieras apareándose. Fue sublime.
Había pasado ya la hora contratada cuando me levanté de la cama, todavía con las piernitas temblorosas. Me duché, me vestí y me despedí de Güicho.
En la calle, además del calor insoportable, el tráfico estaba de los mil demonios. Al parecer iba pasando o acababa de pasar cerca de allí una marcha de maestros contra la reforma educativa. Respiré hondo y voltee a ver a mi alrededor. Eran puras caras desencajadas. Atrapadas en sus coches, con el sol quemándoles hasta la imaginación y sin más remedio que esperar. Yo al menos tenía aire acondicionado. Cuando estás en esas, no queda más que pensar en qué pedo con los maestros.
Tengo buenos recuerdos de los míos, desde primaria hasta la universidad. Maestros a quienes les tengo afecto, y de quienes aprendí muchas cosas antes y después de descarriarme.
Sé que hay maestros que no están de acuerdo con lo que pasa en México. Que se oponen a esto o aquello. Está bien, disentir es un derecho. Pero ver maestros tomando avenidas, cerrando carreteras, haciendo pintas y relajo y medio no es la mejor imagen para un docente y desprestigian a los que no se portan así. Me choca cuando alguien habla de los maestros como si fueran vándalos, pero me entristece cuando parece que se portan como tales.
Mañana se celebra a los maestros, mucha gente los admiramos y queremos, pero los queremos en el aula, con los chavitos. Maestros son muchísimos. Si tienen razón en lo que exigen, díganlo en la escuela, no en la calle. Hablen con los alumnos y con sus padres. Nadie llega tan lejos ni tan a cada rincón como el magisterio, desde allí pueden cambiarlo todo. Tomando calles cuando mucho cambian el reporte vial.
Habían pasado veinte minutos y no había avanzado más de tres calles. Entonces recibí una llamada. Era Güicho.
-Qué ondita Lulú- Me dijo -Estoy atrapado en el tráfico, si todavía andas cerquita ¿Qué tal si nos regresamos y mejor me doy otra horita contigo? ¿Puedes?
¿Paga, buena compañía y espléndido sexo en vez del tráfico? Naturalmente me regresé al motel. Cuando salí la ciudad estaba serena.
Un beso
Lulú Petite
P.D. Recuerda: Si estás leyendo esto, se lo debes a quien te enseño a hacerlo. Feliz día del maestro.
Francamente nos cuidan, tanto a los clientes como a las chicas. Su trabajo es lograr que el motel sea un lugar para pasarla bien.
Están al pendiente, frente a cualquier anomalía reaccionan y te cuidan. Desde tu privacidad hasta tu integridad.
Obviamente, en ese ir y venir les toca ver y oír de todo, mucho más de lo que puedas imaginar y muchísimo más de lo que pudiera contarte.
Desde los gritos de una mujer a quien parece que están desollando cuando se la cogen, un tipo que tuvo que ser llevado al hospital en ambulancia con un juguetito que se le había atorado en salvo sea el agujero, hasta la leyenda urbana de una mujer insaciable que, después de despacharse a dos escort masculinos, fue invitando uno a uno a los trabajadores del motel que quisieran hacerle el favorcito. Escuchas allí las historias más locas y divertidas.
Conmigo, además, son adorables. Todos me caen bien, pero uno en especial, de cabello cano, sonrisa amable y ternura en la mirada.
Me hace sentir mucha confianza. Una vez me tocó ver como una ñora, que había terminado su tiempo de hospedaje, lo recibió a zarpazos cuando él fue a avisarle que era hora de entregar la habitación. Le dejó en la cara los surcos de sus uñas postizas, afortunadamente no le quedó cicatriz. No lo ando contando cada que llego, pero ellos saben que soy Lulú Petite.
El caso es que me siento como en mi oficina, así que llego saludando a todos con una sonrisa y una palabra amable. Me anuncio en el lobby. La señorita marca a la habitación donde me esperan y anuncian mi llegada.
Tomo el ascensor y paso lista los detalles. Cabello peinado, perfume en los lugares estratégicos, el aliento fresco, los labios pintados, la cara limpia, la sonrisa franca, el escote provocativo, la falda corta y el cuerpo, disponible. Toc, toc, toc.
En la habitación espera la cama. Él un hombre alto, barba cerrada, un poco pasado de peso, cabello en pecho y espalda. Me da un beso en la cara, tengo que pararme de puntitas para alcanzarlo. Me dice su nombre, es uno de esos nombres raros, Telésforo o algo así. Me paga.
Guardo el dinero, pongo música electrónica en mi iPod. He descubierto que es la mejor música para el sexo, ameniza sin distraer. Ayuda a mantener el ritmo y crear atmósfera. Me lavo las manos y regreso con Telésforo. El segundo beso ya fue en los labios. No está mal. Sabe besar el caballero.
De pronto suspende el beso, me da la mano y me lleva a la cama.
-¿Me desnudo?- Le pregunto, ente advertencia y cortesía, no quiero arrugar mi ropita acostándome vestida.
-¿Puedo desnudarte yo?- Responde él.
-Puedes- Le digo sonriendo.
Se acerca por mi espalda, baja el cierre de mi vestido y besándome los hombros me lo va quitando despacito.
-Estás riquísima- me susurra al oído apretándome las nalgas con las manos. Sus labios se acercan a mi cuello, besa mis hombros y acerca su cuerpo al mío. Siento su barba un poco lijosa mientras me besa la espalda, sus manos trepan por mi abdomen y presionan mis senos desnudos. Me gusta.
Él está caliente. Su respiración se acelera, creo sentir su pulso corriendo a toda velocidad. Aprieta mis pechos con las dos manos, los junta y los levanta. Me jala suavemente para hacerme girar tenerme de frente, vuelve a poner sus manos en mis tetas y me roba un beso apasionado, cachondo. Aprieta mis pezones con firmeza, sin lastimar, sólo haciendo que se pongan lo más duros posible. Entonces se los lleva a la boca. Los besa, los acaricia, los lame. Pasa su lengua por la areola, traza círculos, busca el sabor, recoge el azúcar y la sal de mi piel, me hace ponerme tremendamente caliente. Fue el principio de un encuentro delicioso.
Últimamente he andado con unas calenturas tremendas. No sé si es la primavera o simplemente ganas de compensar con sexo laboral la ausencia del profe. A decir verdad, con eso de sus largas estancias en Estados Unidos, no cogíamos tan seguido, pero el sexo por teléfono y por computadora me mantenía nuestra relación con mucha vibra erótica. Ahora que no lo tengo esa energía la canalizo con mis clientes.
Les pongo unas cogidas que salen más contentos chamacos en la mañana de navidad.
Bajamos juntos al estacionamiento. Él se subió a su carro y se despidió con una sonrisa. Yo estaba por subirme al mío cuando se me acercó uno de los chavos que trabajan en el estacionamiento del motel.
-Hola- Me dijo con cierta timidez -¿Te puedo pedir un favor?
-Claro, dime.
-Me regalas un autógrafo- Me dijo con la cara colorada y poniendo un ejemplar de El Gráfico en mis manos. Me emocioné y, claro, le puse una firmita con muchísimo cariño. Ciertamente, me siento como en mi oficina, entre amigos.
Hasta el martes
Lulú Petite