¿Qué tal? Pues de nuevo, saludándote. Hace mucho que no dejaba regalitos ¿Verdad? Como me los han estado pidiendo, trataré de hacerlo de nuevo, mensajitos con algún regalo pornocho, como para calentar el ambiente y, claro invitándote a conocerme un poco más leyéndome en mi blog, en El Gráfico o, claro, contratándome para tener un rato de novios.
Si quieres coger conmigo, llámame al 5532725022.
Las fechas en las que voy a estar en diferentes ciudades son:
Te dejo el PowerPoint de regalito.Estoy segura de que te va a gustar ¿Lo quieres ver?
Si no te late que te siga enviando correos, con confianza da clic abajo y te dejo en paz, no vayas a creer que soy spamera, ahora que si me das la oportunidad, te haré llegar muchas sorpresas sexys ¿Va?…
-Estoy en la habitación 405- Me dijo después de una hora de estar esperando su llamada en un centro comercial.
Francamente soy impaciente, me choca esperar, pero en esta ocasión era normal que se tardara. A decir verdad la ciudad estaba de cabeza. Entre manifestaciones y el tráfico habitual de la hora pico, las calles parecían estacionamientos.
El centro comercial queda cerca del motel, por eso muchas veces, entre un compromiso y otro, mato el tiempo paseándome por las tiendas, comprando alguna baratija o simplemente me siento en una cafetería y, mientras tomo algo, aprovecho para revisar twitter, facebook y demás.
A veces me encuentro a una que otra colega y a algunos clientes que, probablemente por las mismas razones, frecuentan ese lugar. También allí, por azares del destino, conocí a Iván, el chavo con quien estoy saliendo, quien a pesar de ser mi vecino y de habernos visto muchas veces, fue hasta el día que nos encontramos allí cuando al fin nos presentamos y comenzamos algo que se está poniendo padre. Esa noche quedé de acompañarlo a una cena con su jefe y compañeros de trabajo. De esas veces que da gusto y nervios que te quiera presentar con la gente de su chamba.
Justo antes de recibir la llamada del cliente confirmando el número de habitación, me topé con Marcos un señor al que acababa de atender, un hombre maduro, guapo, de ojos verdes y solemne calva. Hacía unos minutos había sido mi cliente y ahora estaba como esperando a alguien a la entrada de un restaurante. Nos saludamos a distancia y yo fui por mi coche al estacionamiento, mientras bajaba entró una llamada de Iván, no contesté, simplemente me subí al coche y fui a trabajar.
Afortunadamente alcancé a llegar al motel justo antes de que se cayera uno de esos aguaceros furiosos. Subí a la habitación y toqué la puerta.
No te imaginas lo hermoso que estaba el cabrón que me abrió. Te juro que di un paso hacia atrás para revisar si había llamado a la habitación correcta. Era un chavo rubio, de unos veinticinco años, ojos verdes muy expresivos. Se parecía muchísimo a Alexander Acha, el hijo de Emmanuel.
Cuando pasé a la habitación la tormenta estaba más brava. El granizo golpeaba las ventanas haciendo parecer que terminarían por romperse, era tan fuerte el estruendo que resultaba difícil escucharlo, supongo que por eso no platicamos mucho.
Cuando me acerqué puso su mano en mi nuca y me dio un beso, despacito me empezó a besar el cuello, las mejillas, la frente hasta regresar a mi boca, que lo esperaba entreabierta. Me desabrochó la blusa y la fue resbalando por mi piel hasta quitármela, volvió a besarme el cuello, los hombros y los labios, mientras con un hábil movimiento de dedos me quitó el sostén, liberando mis pezones endurecidos, que rogaban los llevara a su boca.
Con sus labios en mis senos, sus manos en mis nalgas y el aguacero acribillando las ventanas, sentí unas ganas locas de que me hiciera suya, de que me tumbara en la cama y me cogiera con ese fuego que ya hacía arder la habitación.
Nos terminamos de desnudar a prisa, casi arrancándonos las prendas. Sin dejar de besarnos nos tiramos en la cama. Yo me puse flojita y lo dejé recorrer todo mi cuerpo con su lengua. Estaba tan caliente, que cuando acercó sus labios a mi sexo, el puro calor de su aliento me hizo estremecer.
Entonces me beso los muslos, metiéndome mano, acariciándome, lamiendo instintivamente entre mis piernas. Yo estaba encantada, disfrutando los esmeros de este hermoso chavo, dejándolo hacer y deshacer con mi cuerpo a su antojo. Cuando al fin me la iba a meter, me miró fijamente apuntando entre mis muslos la punta de su sexo envuelta en látex, sabía que me esperaba una cogida deliciosa. Así fue.
Cuando nos despedimos, la lluvia ya era apenas un chipi-chipi. Igual que nosotros, después de la tempestad el cielo recobraba la calma. Me despedí todavía sintiendo las pulsaciones del orgasmo palpitándome entre las piernas y haciéndome brincar el pecho. Le di un beso sabiendo que, probablemente, no volveré a verlo. Así es este negocio, la mayoría de los clientes te cogen una vez y nunca más. Supongo que es parte del encanto del oficio, el placer sin consecuencias ni compromisos.
Alcancé a llegar a mi depa con tiempo suficiente para cambiarme e ir a cenar con mi adorado Iván. Neta que después de atender clientes así, hasta me apena tener novio. Me di una ducha, me puse linda y, cuando llegó, bajé a recibirlo. Al subirme a su coche me disparó la primera sorpresa:
-Bebé, te vi en el centro comercial- Me dijo con calma antes de encender el coche, claro, yo quise que me tragara la tierra, pero no tenía nada qué reclamar, así que callé y lo dejé seguir.
-Ibas como alma que lleva el diablo- agregó- Llamé a tu teléfono, pero no respondiste. Comí allí con Don Marcos, mi jefe y habría querido presentártelo.
¿Alguna vez has sentido que tu estómago se hace atole? Ya te imaginarás el pinche susto. Ok, el mundo es chiquito como un pañuelo, pero ¿de tanto maldito pañuelo me tenía que tocar el pedacito con el moco embarrado? ¿Le caigo tan del nabo a la casualidad para que Don Marcos, el jefe de mi güey, sea el viejito que me cogí? ¿Qué decía? ¿Cómo escapaba? El carro ya estaba andando, además de tragar saliva. Ni para dónde hacerme.
Fue una tarde ajetreada. Como a las cinco atendí a un cliente. Se llama Marcos, es un hombre de sesenta y siete años, apuesto, casi calvo, con una franja de cabello blanco en nuca y sienes, ojos verdes muy expresivos, labios delgados y sonrisa apacible. Cara de inteligente. Seguramente hace no muchos años era guapísimo, aún ahora es atractivo.
Comenzamos con un sesenta y nueve. Yo, sentada en su cara, recibiendo entre mis piernas las caricias de su lengua y labios, me doblaba completamente para comerme su erección.
Después me tomó las piernas y las puso sobre sus hombros. Apretaba mis senos y jugaba con mis pezones, me gustó. Su pecho estaba tapizado de pelo gris, olía bien. Me penetraba despacio, pero con entusiasmo, sosteniéndose con las manos y metiéndomela con un movimiento suave. Se vino mientras besaba mis labios. Francamente lo disfruté.
Conversamos un rato. No intentó hacerme el amor de nuevo. A su edad, me dijo, terminar una vez ya es para presumirlo. A decir verdad, creo que exageraba, efectivamente es grande, pero en todo momento su erección fue perfecta y su desempeño vigoroso. No sé si los usó, pero con los medicamentos de hoy, la edad de la clientela se ha incrementado considerablemente.
Besé sus labios antes de irme, él sonrió y dijo que le gustaría volver a verme. Creo que quedó contento.
En el elevador revisé mi celular. Tenía varias llamadas perdidas de distintos teléfonos y tres de un mismo número. Quien llamó varias veces dejó también un mensaje de texto pidiendo que, si me era posible, le devolviera la llamada. Le marqué cuando subí al coche, quería que nos viéramos. Dijo que saldría de inmediato rumbo al motel.
Él estaba por Marina Nacional y yo en Patriotismo, el tiempo en llegar de un lugar a otro no debían ser más de quince minutos, así que volver a casa era una pérdida de tiempo. Fui a un centro comercial que está cerca del motel donde atiendo. El mismo centro comercial donde, gracias a la casualidad, hace casi dos meses me encontré con Iván, el vecino guapo con el que ahora ando.
Estando allí no pude evitar ponerme paranoica. Nunca le he preguntado a Iván qué hacía ahí, si va muy seguido, si corro el riesgo de volvérmelo a topar. Esa noche quedamos de salir a cenar y, francamente, a veces me pone de nervios saber que vivimos y nos movemos tan cerca que pueda llegar a descubrir más de lo que le he dicho.
Tenía un amigo que decía que la casualidad no existe, las coincidencias sí. La gente se encuentra por las cosas, lugares, horarios y costumbres que comparte. Con Iván son demasiadas las cosas que nos hacen coincidir, especialmente las geográficas. Tengo que ser muy cuidadosa para que no me cache en la jugada, o simplemente armarme de valor, confesarle que soy puta y que sea lo que tenga que ser.
Pasaron veinticinco minutos y el cliente no llamaba para confirmar el número de habitación. Comenzaba a impacientarme cuando entró su llamada:
-Discúlpame- dijo -voy en camino, pero el tráfico está imposible, supongo que todavía tardo una media hora.
Era de suponerse. Entre manifestaciones y el trajín habitual, la ciudad estaba de cabeza. Me senté a tomar una naranjada y a tuitear desde el teléfono.
Me encanta Twitter. Me divierte. He de aclararte que, con todo y mi oficio, no me considero una sextuitera, de esas que escriben con extrema vulgaridad y publican fotos tan explícitas que parecen tomadas durante sus consultas ginecológicas. Eso me parece de lo más grotesco. Prefiero comportarme en redes sociales tal y como soy, escribir lo que me viene a la cabeza, con algo de humor, mucho sarcasmo y un poco de picardía.
Claro, también escribo sobre sexo y mis servicios, pero más para estimular la imaginación de mis posibles clientes que para cachondearlos.
Estuve tuiteando un rato. Cuando alcé la vista vi a Marcos, el señor que me acababa de tirar, el cliente de sesenta y siete años, caminando por la tienda como esperando a alguien. Me vio y nos sonreímos a manera de saludo. Ya llevaba una hora allí y comenzaba a impacientarme cuando entró la llamada del cliente.
-Estoy en la habitación 405.
Cuando bajaba al estacionamiento entró una llamada de Iván, no le contesté, llevaba prisa y no habría sabido qué explicarle. Salí del centro comercial que está a dos minutos del motel, prácticamente de una esquina a otra. De cualquier modo el tráfico era verdaderamente pesado, de esas veces que ves cómo quienes van a pie avanzan más rápido que tú en coche.
Tardé quince minutos en llegar al motel, subí al elevador y toqué a la puerta de la habitación de mi cliente.
Escuché sus pasos acercarse. Ese justo momento en que respiras hondo para entrar al ruedo. Nunca sabes quién abrirá la puerta. Francamente no me importa la apariencia, con que sea limpio y amable me doy por satisfecha, lo cierto es que, tampoco me esperaba que me recibiera un tipo tan canijamente guapo como el que tenía enfrente. Y la tarde apenas estaba poniéndose interesante, pero te sigo contando el jueves.
Lo único bueno del tráfico en la Ciudad de México es que fomenta la meditación. No hay más remedio. Si voy manejando, por más que ponga música o encienda la radio, por más que vaya peleando con otros automovilistas, aventando lámina para ver quién pasa primero, por más que miente madres contra los pinches maestros que tienen tomada ésta o aquella avenida, hay un momento en el que, más que en el embotellamiento, quedo atrapada en mis pensamientos.
Iba retrasada a una cita con un cliente y estaba atrapada entre una multitud de carros estacionados que muy ocasionalmente avanzaban unos metros. Delante de mí, una pick up del año del caldo venía fumigándome con el humo de un mofle que bien podría calificar de arma química. Estaba hasta la madre.
Naturalmente cuando llegué a mi compromiso me disculpé por el retraso argumentando que las interminables marchas de los maestros de la CNTE tienen a la ciudad patas arriba. ¿Por qué tenía yo que aguantar este tráfico? ¿Todo por culpa de una bola de maestros irresponsables que no quieren que los evalúen?
No recuerdo qué le dije, pero fue algo más o menos así. Lo que recuerdo bien es que el cliente puso sobre mí una mirada sombría, casi enérgica antes de regañarme:
-Yo soy maestro.
No me sentí culpable. Al contrario, me alegré de que hubiera escuchado mi opinión y me enojó saber que, mientras sus cómplices están emplantonados por todos lados, un profe se haya dado la escapadita para coger. Estaba indignada. No le dije nada, pensando una respuesta que fuera demoledora, pero devolví la mirada rigurosa. Ya iba a soltarle mi sincera opinión cuando él se adelantó. No recuerdo con precisión cómo lo dijo, pero fue más o menos esto:
-Soy maestro, pero no de los que están manifestándose. Me jubilé hace años nena. Cuando trabajaba a los maestros se les quería y respetaba. Me tocó ver muchas cosas. Escuelitas muy pobres en los lugares más lejanos. Escuelas sin baños, sin bancas, sin pizarrones, con un maestro para todos los grados. No creas que eso ha cambiado. Yo creo que México necesita una reforma educativa, la educación debe cambiar para bien, pero eso se tiene que comenzar pensando en mejorar las escuelas ¿tú crees que si un maestro pasa un examen, va a cambiar la situación de los niños en las escuelas que no tienen luz o que les falta agua? Todos hemos oído que los maestros dicen que no a la reforma pero ¿te has dado el tiempo para averiguar por qué lo dicen?
Era cierto. Yo tenía mi versión, pero no la de ellos. En los últimos días he oído opiniones atroces sobre los maestros. Todos tienen algo qué decir, una queja, una acusación. De huevones y rijosos no los bajan, pero creo que un pueblo que repudia a sus maestros está pisando suelo quebradizo.
No digo que estén bien ni que me den gusto sus desmadres, pero creo que el mejor camino para hacer las cosas mejor, es escuchando a todos, aunque sean poquitos, aunque sean ruidosos, aunque en principio no me parezca lo que hacen o lo que dicen. Ésta es mi ciudad y me choca que la tomen, pero también es el país de ellos. Cada día cuando cierran el vialidades para construir líneas nuevas del metrobus o más segundos pisos, cada que el ángel es tomado para una celebración, cuando hay peregrinaciones, ciclopistas o competencias deportivas, también se cierran vialidades y también miento madres, pero aquí escogí vivir y sé que ese tráfico interminable viene con el paquete.
No estoy a favor de una posición o de otra, en todo caso estaría a favor de la educación y el primer granito de arena, según yo, sería comenzar por hablar bien de los maestros y, no sé, esperar que los escuchen.