Lulú Petite5532725022
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diciembre 31, 2013 0 comments Article Uncategorized
 
 
Querido 2013:
¿Qué te digo? Estás acabado. Das los últimos respiros de tus 365 días de vida. Hoy, mucha gente en el mundo se prepara para recibir a tu sucesor, con los más sinceros deseos de que sea mejor que tú.
Disculpa la rudeza. No te escribo a modo de reclamo ni tengo la intención de ofenderte. Buenas o malas ¿tú qué culpa puedes tener de las cosas que nos sucedieron mientras transcurrías? Ultimadamadresmente, tú eres como los trenes, simplemente recorres tu camino, lo que sucede en cada vagón, es cosa de quienes lo ocupan.
 
De todos modos ya estamos listos para corear la cuenta regresiva. Para endosarle al año que entra todos tus pendientes. Admitámoslo amigo, una de las cualidades del ser humano es nuestra capacidad de confiar en que todo tiempo venidero será mejor. No lo podemos evitar, no lo tomes personal, estamos hechos de esperanza. Ella nos mueve, nos motiva, nos convence de que, aun en los peores momentos, mientras haya pulso en nuestras venas y aire en nuestros pulmones, habrá siempre la posibilidad de que todo se componga, que le salgan peras al olmo, que se nos aparezca el genio de la lámpara o el hada bonachona que nos cante Bíbidi Bábidi Bu y todo se arregle. Estamos predispuestos a pensar, que si la suerte nos da la espalda, es para que podamos chulearle las nalgas.
 
Así fue hace un año, cuando despedimos al 2012 y pusimos en tu espalda de recién nacido la responsabilidad de ser el mejor año de nuestras vidas. Levantamos las copas y te hicimos jurar en silencio que te encargarías de cumplir nuestros deseos y ayudarnos a alcanzar metas. Claro, no somos ingenuos, las cosas no vienen solas, por eso nos pusimos chones rojos para que te encargaras de que no faltara un corazón que le pusiera sabor a nuestros días y calor a nuestras noches o estrenamos unas coquetas tangas amarillas, para que te aseguraras de que no faltara morralla en nuestras alcancías. Pusimos maletas en la puerta para que nos llevaras de viaje más allá de Oaxtepec, barrimos la entrada de nuestras casas, para echar a la calle la mala vibra del 2011, colgamos en la puerta un borreguito, para que al menos en la casa la lana no faltara, al sonar las campanadas que anunciaron tu llegada nos atragantamos doce uvas para que cada uno de tus meses fueran memorables y, desde luego, en cuanto llegaste brindamos y nos abrazamos, con nuestro corazón hinchado de esperanza, deseando que fueras suficientemente generoso como para garantizarnos trecientos sesenta y cinco días de salud, dinero y amor. No te puedes quejar, te la dejamos baratita.
 
El caso es que te acabaste. Agonizas. Al rato, estaremos barriendo tus malas vibras y cargando al lomo del 2014 la injusta responsabilidad de llevar todas las promesas que dejaste incumplidas. Estás en la lona, más noqueado que Paquiao, y ni yendo a bailar a Chalma alcanzas a ponerte al corriente en estas últimas horas de tu corta vida, con todo lo que nos quedaste a deber.
 
Sí, te dije que no es reclamo, ya sé que tú no tienes la culpa de nada. No es necesario que saques a relucir tu vocación de Poncio Pilatos. Puedes irte con la conciencia tranquila, todos sabemos que cada quien es responsable de sus propios propósitos.
 
Aunque la neta, la pones difícil, bien dicen que hacer dieta es el propósito más común en la noche de año nuevo. Claro que cada quien es responsable de lo que se mete al buche, pero no vas a decir que nada tienes que ver con el boicot a los propósitos, cuando apenas asumidos, pones en tu calendario partir la rosca de reyes y la tamaliza de la Candelaria.
 
Ayer atendí a un cliente. Era un hombre maduro. Cabello blanco, barba tipo Freud, impecable, con un traje de lino color café claro, zapatos escrupulosamente boleados, lentes de óvalo, con armazón dorado muy delgado, olía un poco a tabaco y mucho a perfume. Hicimos el amor despacio, con cierta galantería que me hace sentir muy cómoda con los clientes mayores.
 
Hablamos de ti. Él me dijo que te consideraba un buen año, aunque a su edad le cuesta trabajo recordar uno que pueda ser mucho más importante que los otros: el año en el que se enamoró, el año en el que nacieron sus hijos, en el que se hizo abuelo, en el que viajó a Europa, en el que murieron sus padres o en el que enviudó.
 
-Lo importante- me dijo con cierta nostalgia -no son los años que pasan, sino las cosas que nos dejan y las que nos quitan.
 
Tengo que reconocer, querido 2013, que te he de recordar como un año agridulce. Te vas habiéndome dado y quitado más que cualquier otro. Me enamoré. Se fue lejos. Me desenamoré. Conocí a Iván. Me volví a enamorar. Hice nuevos amigos, trabajé mucho. Por fin fue publicado mi libro, Los Secretos de Lulú Petite ¡Qué día más emocionante cuando lo vi a la venta en una tienda departamental! Murió Mat. Qué día más negro y absurdo. Lloré hasta quedarme seca. Lo sigo llorando.
 
Por eso no te reclamo ¿Tú qué? Sólo pasaste, dejándonos historias para contar y otras sólo para recordar. Por eso decidí que para 2014 no voy a hacerme propósitos. Mejor, cada día me levantaré y me haré un único y mismo propósito: “ser feliz hoy”, si lo consigo razonablemente seguido, el que inicia será un año maravilloso. Hasta siempre 2013 y gracias.
 
¡Feliz 2014!
Lulú Petite


 

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diciembre 23, 2013 1 comment Article Uncategorized

 

Ahora tu regalo porno de hoy. Recuerda. Aguas al abrirlo, si estás acompañado, tu compañía puede llevarse una sorpresa…

 

 

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diciembre 20, 2013 1 comment Article Uncategorized

Jean Claude Van Damme presentó hace unos meses un video de un split «épico» abriendo sus piernas como es sus películas, así como para campanearle los tanates, parado en los espejos de unos camiones Volvo. Ahora circula por la web un video con Chuck Norris que, para desearte feliz navidad, hace algo parecido, pero demostrando quién es quién en cosas épicas… chécalos:

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diciembre 18, 2013 4 comments Article Uncategorized

Gracias

En la vida, desde el momento en que nos ponen a mamar del seno de nuestra madre, estamos acostumbrados a recibir. Después, ya más grandecitos y apenas adquiriendo conciencia nos sientan en una bacinica y descubrimos, con cierto alborozo, que nuestro tutor en turno festeja nuestras primeras «gracias» curiosamente así se les llama coloquialmente, hasta nos felicitan y en ocasiones, nos premian. A partir de ahí damos por hecho que todo lo merecemos, y que quienes nos quieren nos tienen que soportar hasta cuando la cagamos. Hablo de la generalidad de nosotros, aclaro. Y crecemos dando por hecho, quizá sin quererlo conscientemente, que de mayores las cosas funcionan igual. Hasta que nos enfrentamos al primer amor, y nos damos el frentazo de que nuestra contraparte piensa de igual manera. Entonces pensamos ¡cuánta ingratitud!

Le preguntaron en alguna ocasión a San Agustín cuál es el peor pecado y dijo que la ingratitud, pues de él emanan los demás. Vaya respuesta para darla en frío, obliga a la reflexión, pues pensándolo un poco, todos los pecados, entendiendo como pecado a eso que de alguna u otra manera violenta al prójimo, sin que necesariamente haya un Dios que lo vigile, provienen de nuestro egoísmo que se proyecta en nuestra ingratitud hacia los demás, el asesinato como el acto supremo de egoísmo, pues le privamos a un ser el don principal, la vida, la mentira y el robo, que nos ayudan las más de las veces a mantener un estatus o privilegio, etcétera.

Y somos desagradecidos con Dios (quienes creemos en él), cuando vamos al templo las más de las veces a implorar más que a agradecer, con nuestra familia y amigos que merced al amor que nos tienen nos toleran y perdonan todo, o casi. Con nuestro cuerpo cuando por orgullo, al pasar de los 40, nos hacemos tontos a la hora del examen de próstata, aunque sea evidentemente un beneficio hacia nosotros mismos, o el Papanicolau anual en el caso de las damas.

Incluso al portero que nos recibe, o al comerciante que nos atiende, al extraño que nos dice «salud» si nos escucha estornudar, o los ignoramos o les damos un mecánico «gracias» o un ininteligible «grsss», porque pensamos que es su obligación, pues para algo » se alquilan», o se los obliga la urbanidad, tratándose del extraño que nos detiene el elevador al vernos acercar.

Claro, hablo en el caso de la mayoría de nosotros, porque existe un porcentaje de la población que al decir «gracias», reflexiona en ese momento que la otra persona está efectuando un esfuerzo, lo mejor que puede,  dedicando una parte de su tiempo en atendernos, o que el interlocutor bien pudo hacerse el desentendido e ignorarnos. Y, si se fijan bien, esa gente que es agradecida, es, curiosamente, la más feliz.

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